CUIDA LOS MONTES O SE PERDERAN LOS PLACERES

lunes, 24 de agosto de 2020

La reja

 Por Groder Torres Trigozo


La dueña del hotel es una mujer solterona, de nacionalidad uruguaya. Cuida de sus huéspedes celosamente, casi los esconde. Sus experiencias y recuerdos son de épocas cuando alojaba a narcos, traqueteros, y patrones. La ciudad era un verdadero centro comercial de la cocaína. Estaba acostumbrada a recibir a colombianos, gringos, y uno que otro peruano. A veces hasta celebridades de la farándula, que llegaban a la ciudad para entretener a los capos de la droga de la zona. Su hotel fue construido casi como un fortín, de paredes altas y rejas. Ella todavía vivía añorando los buenos tiempos del negocio de la droga. Dormía sola, abrazada a una escopeta calibre 16 de dos cañones. En la recepción del hotel, una sala pequeña, en una esquina, dormía un hombre de 80 años que en las noches hacía de recepcionista en el día de jardinero.

Grace, había llegado de viaje. No había otro hotel disponible, tuvo que llegar en el viejo “Costra Nostra”. A las afueras flameaban 10 banderas de diferentes países emulando o quizás recordando sus viejas grandezas. Ahora la ciudad ya cuenta con otros tantos mejores y modernos. 
Ella estaba ilusionada de ver a Gabriel. No lo había visto como en un mes. Él no estaba en la ciudad había salido de diligencia, regresó pasado las 11:00 pm. Grace, aprovecha para descansar del largo viaje por una carretera empedrada y mal mantenida.
Ya siendo las 11:30 pm, se comunican y deciden encontrarse y pasar la noche juntos. Él propone, dice: nos quedamos en mi departamento, más amplio y cómodo. Ella acepta.

Grace, conoce muy poco a la uruguaya dueña del hotel. Una mujer que cuando habla, pareciera que llevaría incorporado un megáfono. Tiene algunas referencias sobre el trato a sus clientes. Se dispone a salir, el silencio del hotel es de claustro. Para no despertar a nadie, alcanza los pasillos a paso lento, toma sus zapatos, llega a la recepción, el anciano duerme brutalmente. Sale al patio y luego a la puerta principal, a los muros, a los barrotes, a las rejas. Está cerrada con siete llaves.

Para eso, Gabriel está del otro lado, esperando. Se miran, se sonríen, se hablan en voz baja. Él esta ansioso por tenerla cerca. Él le dice: ha pasado mucho tiempo sin verte. Estas hermosa. Siente como si fueran muchos meses sin verse. Mientras tanto, empujan el gran portón, no hay forma de salir. Ella regresa a la recepción para despertar al anciano. Golpea con la mano suavemente el mostrador, no quiere tocar la campanita porque despertaría a todo el hotel. No regresa de su sueño mortal. Está seco, prendido, tieso, cual cadáver.

Grace regresa al portón, a la puerta principal. Animada por las palabras de Gabriel, decide saltarse las rejas. Él le replica, eso es imposible, tiene 4 metros de alto y sus terminaciones son puntiagudas, es casi una prisión. Nadie puede escapar o entrar a ese hotel simplemente. Ella está muy decidida a no quedarse esa noche, sino a estar al lado de su amado, gozar de su compañía y de los deleites del amor. Ninguno dormiría tranquilo sabiendo que ambos están en la misma ciudad solo a unas cuadras, separados simplemente por unas rejas.


Gabriel en un intento desesperado por impedir que se salte las rejas o se quede atrapada en lo alto, busca una manera de despertar al recepcionista golpeando suavemente las rejas. Ella, empieza a subir los barrotes, esta como a la mitad. Sale la vieja dueña uruguaya con escopeta en mano, apunta, y grita: ¿quién anda ahí?... o le meto un tiro por el trasero. Las luces son ambarinas, la mujer apenas puede mirar unos metros, busca sus lentes en sus bolsillos, vuelve a apuntar con su escopeta dos cañones. Para eso Gabriel, interviene y dice: tranquila señora, solo estamos buscando una forma de salir. Ella responde: la puerta está abierta par de inútiles, tramposos, ¡empújala desde afuera!

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