Por Marco Saldaña Hidalgo*
El coronavirus nos ha puesto a todos en una situación tensa e incierta de una epidemia china pasamos a una pandemia europea y de esta a Latinoamérica. A pesar de las imágenes duras proyectadas en el país vecino del Ecuador, lo tomamos como distante y llegó a
Ahora nos enfrentamos al temible
virus con un sistema de salud colapsado, con hospitales desabastecidos y
gobiernos dando manotazos de ahogado con medidas que debieron ser ejecutadas
mucho tiempo atrás y con la celeridad que el caso requiere: equipamiento de
protección personal, pruebas rápidas, plantas de oxígeno, recursos humanos con
derechos laborales; con una población que tiene que elegir o el riesgo al
contagio o morir de hambre. No es para menos, si antes de la cuarentena miles
de familias vivían del día a día y tenían una alimentación muy austera, nos
imaginamos cómo viven ahora. La miseria ronda.
Sí, el COVID-19 tiene una
expresión democrática porque todos estamos expuestos a ello. Sin embargo, las
medidas de prevención y el tratamiento dejan de serlo porque solo los ricos
pueden enfrentar un confinamiento mayor a los treinta días y pueden asumir los
costos superiores a los seis mil soles. Y da rabia saber que clínicas privadas
lucran con el dolor humano o negocios que suben de manera exorbitante los
precios de balones de oxígeno, farmacias que acaparan y especulan precios de los medicamentos; amén de los actos de
corrupción que comenten funcionarios públicos en las compras de insumos y pago
de servicios para atender la emergencia por COVID-19 ¡qué gente tan
inescrupulosa!
Y en medio de este panorama gris
de la pandemia hay voces que opinan que llegamos al fin del apretón de manos,
de los abrazos sinceros, de la sonrisa franca o la carcajada, de las
interacciones sociales cara a cara, que hay costumbres que dejaremos atrás como
medidas de protección y prevención. No me imagino una pandilla selvática sin
abrazos ni empujones. Resulta trágico pensar en ello, cuando todo esto nos hace
humanos y es la esencia de vivir en sociedad.
La gripe española entre 1918 y
1920 provocó la muerte de más de 40 millones en todo el mundo y los españoles
siguieron viviendo. Entre el 2002 – 2005, la hepatitis B provocó la casi
desaparición de la población Kandoshi que habita en las riberas del lago
Rimachi (Datem del Marañón). Y ahí están nuestros hermanos dando la batalla por
defender su territorio. Y recordemos también que hemos enfrentado muchos virus
sin vacunas y que su presencia también nos causó pánico, pues provocaron muchas
muertes, como el VIH Sida, la gripe
aviar, el SARS-COV, el MERS.
Mantengamos el optimismo y la
esperanza de que saldremos de esto y aprenderemos a convivir adoptando medidas
de seguridad adecuadas y resistentes a la letalidad del virus. Claro, duele el
dolor de la soledad al ver al pariente, amigo o compatriota enfrentar con
resignación el virus o la imposibilidad
de dar el último adiós como corresponde a nuestros difuntos. Se espera una vacuna, y diversos países han
iniciado los ensayos para poder dar con la medicina que hace frente a este mal.
Y seguiremos viviendo y luchando por trabajo
digno, servicios públicos de calidad para todos y por derechos ciudadanos y de participación garantizados. Un Perú
diferente, aunque incierto, es posible, pero esta vez con nuevas formas de
relacionarnos con la naturaleza, y de gobernar nuestro hogar común: la tierra;
forjaremos una ética de convivencia solidaria en comunidad y una democracia auténticamente
participativa que impida que egomaniacos, delincuentes, caudillos, lobistas
resulten elegidos en las próximas elecciones.
* Marco Saldaña es docente de la Institución Educativa Virgen Dolorosa, con estudios en Políticas Educativas y Desarrollo Regional, Gestión Pública, Innovación Pedagógica y Gestión de Centros Educativos.
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