Muchas veces ya estuve ahí. En
toda la longitud de su territorio recorre un cristalino río de verano, y en
épocas de lluvia un bravucón torrente color chocolate se abre paso entre las
montañas, valles y pampas; este apreciado determina el principio y el fin de El
Dorado. Visto con un mapa regional, vendría a ser el corazón de San Martín, no
solo por estar en el centro sino porque de sus montañas nacen los principales
ríos tributarios de la región para convertir extensas tierras en productoras de
cultivos que llegan cada mañana a su mesa.
Las aguas del Gera, el Sisa, el
Tonchima, el Indoche y el Sapo sus primeras gotas son traídas en nubes a la
cima y son atrapadas por las delicadas hojas de viejos árboles. Gota a gota,
hoja por hoja, árbol tras árbol, el agua se desliza para posarse suavemente en
la rica tierra para dejarse llevar por la gravedad, montaña abajo. Gota a gota,
ahí en la altura, en la cima de El Dorado, cerca de Dios se van formando los
ríos.
En el recorrido, casi al
principio, pequeños campesinos traídos por un sueño y con acento y costumbres
de tierras lejanas cultivan café. Casi llegan a la cima. Por ahora, y quizás
por poco tiempo la montaña conserva su fuerza. Solo un gobierno, de doble moral
ambiental, pudo lograr romper sus cerros con máquinas endiabladas para abrir
camino al dañado y avaro progreso. Pretendían conectar el Norte con el Sur a
través de las entrañas de la montaña.
Por ahora la paz de la montaña
inspira a los campesinos a cultivar uno de los mejores cafés del mundo. La
montaña en gratitud, a través de la tierra, agua y árboles le transmiten al
grano ese agradable aroma que hace soñar, despertar, inspirar y crear cada
mañana a la gente de la ciudad.
Río abajo, a la mitad del valle,
todavía en las faldas de la montaña. Más campesinos, unos venidos otros
naturales tienen sus comunidades, crianza y cultivos en la margen izquierdo y
derecho del río. Aquí la presencia del hombre y sus pretensiones se ponen en
manifiesto. En esta zona la riqueza del campo y el trabajo de los habitantes se
manifiestan en extensas áreas de cultivo de maíz, cacao, plátanos, yucas,
crianzas, y una extensa variedad de cultivos de pan llevar. Actividades
económicas que están cambiando la forma de vivir de la gente; se abre paso al
hombre menos campesino ahora más emprendedor.
Aquí los pueblos y el campo
reciben a los nuevos. Los nuevos que vienen buscando una oportunidad, los
nuevos que confían en la tierra para sembrar y producir. Pero también, desde
acá los pueblos envían a las ciudades a sus mejores hijos para darle fuerza al
desarrollo y a la prosperidad. Envían sus mejores productos como el maíz,
cacao, café, plátano, diversos animales de crianza y otros, para que la gente
de las ciudades se alimente y crezcan saludables.
En el tramo final, en los pies de
la montaña. El río corre más lento. Se aprovecha para sacarlo de cauce y
llevarlo a regar extensas parcelas de arroz. Regresa sucio, contaminado, pero
quizás satisfecho de servir. Hay la
esperanza, en el futuro, de hacerlo recorrer de una manera más limpia. La
montaña ha servido a través del agua al hombre para satisfacer sus necesidades
y deseos en un corto recorrido de inmensa riqueza. Casi al Sur, el río llega a
su fin para conectarse con la madre. El Huallaga.
Hoy regreso a El Dorado por el
Este a través de una sinuosa vía asfaltada. Solo al cruzar la divisoria del
valle, se siente la frescura del progreso. Extensas fincas de café y cacao en
sistemas agroforestales se arriman en las colinas y lomas.
Más allá, cerca de San José de
Sisa, desde la altura de la vía, el paisaje verde tiene un contraste de color dorado;
las hojas doradas de maíz en maduración, cultivo de tradición, colorean todas
las lomas y colinas. El Dorado, es sin duda un valle de gran riqueza.
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