“Es mejor una rectificación valerosa que una torpe obstinación por ver quién gana”, había dicho el Presidente Dr. Alan García Pérez, en su mensaje a la nación. ¿Era necesario enlutar al país para darse cuenta de lo equivocado que estaba? ¿Era necesario tanto dolor para demostrarle que no tenía razón? Tan obstinado estaba que la ceguera le manchó una vez más las manos en sangre. Se trata de un mea culpa tardío y con alto costo social, un mea culpa disfrazado que da pie a una pregunta fundamental ¿en qué medida los hechos del 05 de junio afectaron la sensibilidad y el compromiso con todos los peruanos del Presidente García Pérez y la cúpula aprista?
Al escucharlo me pareció haber visto a un mandatario derrotado y abatido como el deportista que no alcanza levantar la copa en el partido final. Pero al mismo tiempo dispuesto a comenzar una nueva etapa en su gobierno, dispuesto a dejar de lado la obstinación y la omnipotencia que lo caracterizaban y salvar su propio mandato. Sin embargo, esta actitud pareciera no ser muy contundente en su discurso. Pues, está convencido que los DL en cuestión favorecían ampliamente a la selva y que sólo cometió el pecado de no consultar. Por otro lado, sigue pensando que los nativos actuaron, no por voluntad y conciencia propias, sino por fuerzas exógenas (competidores del Perú, agitadores, demagogos y criminales) que quieren desestabilizar al país. Sigue pensando que los hermanos nativos no tienen la capacidad y la lucidez para reclamar lo justo, acaso no reconocen la capacidad de Alberto Pizango, Shapion Noningo Sesén, Santiago Manuin (este último herido por una ráfaga de bala en Bagua).
García Pérez, caracterizado por su don de orador y siempre acostumbrado a dar mensajes a la nación sobre cifras de crecimiento económico que nos hacen inquebrantable ante la crisis externa, con cifras considerables de reducción de la pobreza (cuestionables por cierto) y contenidos cargados de autosuficiencia nos ha sorprendido ayer con su mensaje de mea culpa, con voluntad de diálogo y haciendo un llamado a la reconciliación. Me pareció escuchar al Dr. Salomón Lerner en su discurso de presentación del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional.
“Sé que el Parlamento así lo comprenderá y yo se lo pido públicamente”, completa el pensamiento que inicia el presente artículo. Ojalá este llamado logre calar, en primer orden, en sus compañeros parlamentarios, ahora mudos, que siguen de igual tercos y obstinados por defender una ley que hace mucho tiempo ha sido declarada inconstitucional por los organismos especializados. Ojalá, pues, el parlamento trillado y desquiciado logré dar muestras de madurez política y actúe con sensatez para acabar con una crisis alimentada por el propio gobierno. “¡Quién sabe, Señor!”
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